DSK: el hombre que pudo ser lo que nunca será

Obsceno, cínico, malvado, perverso, putero y hombre sin piedad, para unos; sensato, de fuertes convicciones morales, defensor de los pueblos proletarios, fiel a su esposa, leal o víctima de la luchas de poder internas del socialismo francés, para otros.




Tras haber padecido algún encarnizado ataque desde el interior del socialismo francés, Dominique Strauss-Kahn (Francia, 1949), habrá rememorado la cita célebre del exprimer ministro británico Churchill, que decía que “existen los amigos, los enemigos, los adversarios políticos y los compañeros de partido”.

Hijo de la alta burguesía gala, estudió en Mónaco: lugar fetiche de las clases acomodadas francesas. No obstante, su procedencia privilegiada no le impidió afiliarse al Partido Comunista imbuido por el espíritu de Mayo del 68, del que marchó para “aprender economía” en la socialdemocracia.

Burgués de izquierdas; judío militante aunque criado en Marruecos, un país musulmán, y por tanto, enemigo del pueblo judío que oprime a Palestina en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo; director del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde 2007 hasta 2011, institución económica que exporta de todo menos socialdemocracia y, para algunos, en su curriculum vitae existen tintes de misoginia con experiencia demostrable.

En la Escuela de Altos Estudios Comerciales de París entró en contacto con la élite del Partido Socialista Francés (PS) que le valió para ascender e incluso, según dicen sus enemigos, su llegada a la organización financiera más importante del mundo capitalista se debe a sus contactos con el poder político y financiero galo.

Mitterrand, el símbolo al que busca el socialismo francés entre los restos de un partido fragmentado por las venganzas, envidias y deslealtades internas, lo nombró ministro de Industria y Comercio Exterior de Francia para capear la crisis económica de los 90.

Puesto desde el que escenificó su activismo sionista durante la Guerra del Golfo, en la que participó Francia como aliado de la OTAN, durante el ataque de Saddam Hussein contra Israel. Hecho que lo enemistan con sectores importantes, en lo cualitativo y cuantitativo, de la izquierda que ven en Israel un pueblo “genocida” que está cometiendo con los palestinos el mismo castigo que la Europa nazi con los judíos hace poco más de 70 años.

Pero fue la detención que sufrió en el Aeropuerto de Nueva York, cuando esperaba el avión que le transportaría a Berlín para reunirse con la canciller alemana Ángela Merkel con el objeto de poner una solución a la deuda de Grecia y evitar la “humillación” del pueblo heleno ante el FMI, el momento que cambió su vida política y personal para siempre. Y sin posibilidad de retorno a lo que pudo ser pero ni fue ni será.

Ni ser el candidato favorito en las encuestas para suceder a Sarkozy, ni contar con el amplio respaldo de las familias del PS para ser el líder socialdemócrata, ni ser defendido por su actual y tercera esposa y ni siquiera por ser uno de los hombres más poderosos del mundo, pudo evitar que la denuncia de una sencilla limpiadora de hotel terminara con su prometedora carrera política. Detenido, acusado, encarcelado e inmerso en un juicio mediático por delitos sexuales contra una chica de limpieza, negra y neoyorquina.

Las fotos de su presidio se convirtieron en su peor sentencia. Maniatado a las siempre humillantes esposas policiales. Rendido y abandonado en una celda de poco más de dos metros cuadrados. Solitario. Sin maletín, ni nudo de corbata, ni ningún adorno representativo del poder que ostentaba en el sistema financiero y político mundial.

Humanizado, con rostro hundido, desamparado y abandonado a su suerte. El proceso judicial fue, tal como afirman en su entorno más cercano, el momento más duro de su carrera que le hizo arrepentirse de algunos de los excesos morales cometidos durante su larga trayectoria pública.

No desmintió los cargos judiciales en su contra, tampoco la acusación pudo demostrar la veracidad de las acusaciones. Por lo que el juez no pudo condenarlo y dictaminó libertad sin condiciones para que el ya ex gerente del FMI. Nunca pudo reunirse con la canciller Ángela Merkel ni podrá aspirar a la Presidencia de la República de Francia. Todos sus objetivos políticos futuros se han reducido a la nada. De gobernar el edificio capitalista por excelencia, al ostracismo más absoluto y humillante.

Es complicado esbozar un retrato de este hombre contradictorio, amado y odiado a partes iguales, socialisdemócrata descafeinado o un liberal heterodoxo, según quién lo defina.

No es un ogro ni un viejo sexualmente obsesionado; tampoco es un inapetente sexual ni contrario a los derechos humanos del pueblo palestino, ni tan sionista como lo pintan, ni tan bueno, ni tan malo.

Más que nada, Strauss-Kahn, es un judío poderoso lleno de contrastes que cautiva con una seducción innata que se aleja de los parámetros clásicos de la belleza grecolatina.

La única verdad es que la denuncia de una humilde mujer negra ha evitado que se convierta en el sucesor de Mitterrand y en el estandarte de la llegada de los socialistas franceses al Palacio del Elíseo, 17 años después.

Tras su travesía por el desierto, Dominique sólo quiere mantener la calma, alejarse de los focos de televisiones y periódicos, reconstruir su endeble vida familiar y retirarse a un lugar sin nombre para volver a ser el burgués judío socialdemócrata sin más aspiraciones que la de ser feliz.

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