Doña Sofía besa el hombro a la imagen del apostól Santiago |
Cumpliendo con una tradición que se da en cada año Jubilar, datada de 1643, el Rey de España ha pronunciado un discurso ante el Apóstol Santiago, Patrón de Galicia y de España para los católicos. El Rey ha pedido al santo por el bien de España, amparándose en su fe religiosa, más que respetable, pero olvidando que en ese instante estaba hablando de la España de los españoles, y en nombre de ellos, la de los musulmanes, judíos, budistas, hinduistas, ateos, agnósticos, protestantes, calvinistas, etc. El monarca ha incumplido la Constitución Española de 1978, la que define a España como una monarquía parlamentaria, y que especifica en su artículo 16.3 que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”.
En su alocución, D. Juan Carlos ha pedido al Apóstol Santiago “especial protección (…) para el conjunto de España que siempre ha encontrado en ti el aliento para superar retos y dificultades, y para hacer realidad sus mejores ilusiones”. Con estas palabras el Rey ha faltado el respeto, en primer lugar, a los que no nos consideramos creyentes, en segundo lugar, a los que profesan otra creencia religiosa distinta a la católica, y en tercer lugar, ha ejercido el papel de un monarca de un Estado teocrático y no de uno democrático y aconfesional.
Hoy, como ciudadano español merecedor del respeto de mi Jefe de Estado, como ciudadano tolerante con las creencias y no creencias, he percibido que quien figura en la Constitución con el rango de símbolo de la unidad nacional me ha expulsado de la Carta Magna y, por ende, de mi status de ciudadanía. Este país ya no le pertenece a nadie, pertenece más que en otros momentos de la Historia a todos los que quieren hacerse un sitio en él, y nuestros representantes públicos han de facilitar acomodo a la diversidad de identidades que habitamos España. El laicismo ha de ser un valor irrenunciable de cualquier democracia que quiera llamarse avanzada.
4 comentarios:
A ver si cambiamos algo, porque vamos pa atrás, como los cangrejos.
Hoy, como ciudadano español merecedor del respeto de mi Jefe de Estado, como ciudadano tolerante con las creencias y no creencias, he percibido que quien figura en la Constitución con el rango de símbolo de la unidad nacional me ha expulsado de la Carta Magna y, por ende, de mi status de ciudadanía. Este país ya no le pertenece a nadie, pertenece más que en otros momentos de la Historia a todos los que quieren hacerse un sitio en él, y nuestros representantes públicos han de facilitar acomodo a la diversidad de identidades que habitamos España. El laicismo ha de ser un valor irrenunciable de cualquier democracia que quiera llamarse avanzada.
Comparto lo dicho, igualmente mucho teatro y protocolo que no sirve para nada.
Conocido tu anticlericalismo, no me soprende el comentario, pero, aunque tienes razón, tampoco lo veo tan importante.
Es decir, considerando que estamos ante un jefe de estado impuesto por un dictador que quitó de golpe un régimen republicano democráticamente elegido, nieto de un rey que fue desterrado de España bajo delito de "Lesa majestad" (tras permitir, entre otras, la dictadura de Primo de Rivera) y que fue tímidamente respaldado por un referéndum celebrado en un más que dudoso clima de libertad política por miedo a una nueva dictadura.
En resumen, que este señor vaya o no vaya a Santiago a decir que España es católica me la sopla. Menos me la sopla que nos estén "colocando" al hijo y a la ex presentadora, con una monumental campaña de prensa para aumentar su popularidad, con el fin de imponernoslos como futuros jefes de estado vitalicios una vez el hijo de aquel que se ofreció al general Franco para luchar en el bando nacional por la unidad de España casque la pelota.
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