La crisis no es sólo del euro


Los mandatarios europeos han sabido in extremis alcanzar un acuerdo para estabilizar la zona euro. El egoísmo y la eurofobia de Reino Unido no han permitido modificar el Tratado de Lisboa para introducir la disciplina presupuestaria alemana. El órdago de David Cameron ha sido resuelto de una manera rápida y favorecerá a los Estados que sí quieren avanzar en la integración fiscal y presupuestaria. 



Se rompe la política paralizante de la unanimidad que ralentiza el proceso de construcción europea y conduce a la UE a la irrelevancia más absoluta en el nuevo orden geopolítico que emerge. El primer ministro inglés, David Cameron, sabe que una regulación financiera podría  acabar con la poderosa industria financiera inglesa, alojada en la City londinense, y expulsarla a buscar normas más “flexibles” fuera de suelo inglés. Entre un 9 y 10 por ciento del PIB británico -el mismo peso económico que para España tiene el turismo-  depende del barrio financiero de Londres. Al que le llueven las críticas por albergar a la industria especuladora contra el euro.

Reino Unido quiere seguir pescando en dos orillas y su política interesada de  riesgo cero parece haber llegado a su fin. No es la Europa de las dos velocidades. Es la Europa de los 26 -27 cuando en 2013 ingrese Croacia- frente a la soledad británica que ondea la bandera de la eurofobia a costa de perder capacidad de influencia.

A Reino Unido sólo le interesa el mercado común con la UE y todo aquello que sea ”útil para los intereses británicos”, en palabras de David Cameron que se mostró “feliz"  al asegurar que Gran Bretaña "no entrará nunca en el euro". Existen muchos interrogantes que el tiempo despejará. David Cameron usará su “no” a la UE para sacar votos entre las euroescépticas bases conservadoras inglesas que piden abiertamente la celebración de un referéndum para decidir la continuidad de los británicos en la construcción europea.

De todos modos, de la negación inglesa hay que sacar conclusiones positivas: se ha roto el maleficio de la unanimidad, paralizante para los Estados de clara vocación europeísta y que ven frenadas sus ansias federalistas por los países que sólo ven en la UE un mercado común y la firme intención del eje francoalemán por regular el mercado financiero para evitar que la espulación vuelva a  poner en jaque la estabilidad del euro.

No aceptar el chantaje inglés posibilita que la UE corra más deprisa hacia el federalismo al que se tendrá que  sumar Reino Unido cuando vea que no estar dentro le cuesta más que la no pertenencia. Motivo por el que los ingleses abandonaron en 1973 la EFTA (Acuerdo Europeo de Libre Comercio), creado por Londres para competir con la Comunidad Económica Europea (CE), y se  unieron a los países fundadores de la UE en la primera ampliación junto con Irlanda y Dinamarca.

La historia de la Unión Europea es la historia de políticas de integraciones comerciales y económicas que siempre han ido derivando en más integración política. El mismo nacimiento de la UE fue con el objeto de crear un mercado común de materias primas para la potente siderurgia del Benelux, que permitió la firma del Tratado de Roma de 1957 –germen de la Unión Europea- por Alemania Occidental, Italia, Países Bajos, Bélgica, Francia y Luxemburgo. 

Detrás de este acuerdo, para controlar el déficit y la política presupuestaria, vendrá más integración para unir ciudadanos europeos en torno a una Europa cada vez más federal. Y, sobre todo, este nuevo Tratado de Mecanismo de Estabilidad tiene que contar con la Comisión Europea (CE) y el Parlamento Europeo (PE), valedores de la soberanía del pueblo europeo y de las garantías democráticas. No podemos construir un euro más fuerte sin democracia. Igual que tampoco se puede edificar una democracia europea sin un euro que sirva de baluarte a los ataques de la especulación.

Ahora, tras la aceptación del rigor alemán la UE sigue teniendo debilidades contra las que hay que luchar. El paro sigue sangrando el Viejo Continente. El 10,3 por ciento de la población activa está en desempleo en la zona euro y el 9,8 en la Europa de los 27. España y Grecia sufren un desempleo que amenaza con convertirse en estructural y perder a una generación de potenciales trabajadores. Grecia -18,3 por ciento- y España -22,8 por ciento- ocupan la parte alta del triste ranking de países con más desempleo de la Europa del déficit.  Andalucía, con el 31 por ciento, es la Comunidad de Europa más castigada por el paro.

El  gran problema de los europeos es la falta de trabajo, ni la deuda pública ni el déficit, y la UE tiene que aplicar políticas que incentiven la inversión  en un momento en el que los inversores privados, sin acceso al crédito,  esperan en sus cuarteles de invierno tiempos mejores para emprender.

La Alemania de Merkel disfruta de los mejores datos en el empleo en 20 años. Pero no puede poner su mirada únicamente en el déficit y negarse a la compra de deuda pública por el Banco Central Europeo (BCE). Sin capacidad de emitir moneda –tras la cesión de la política monetaria al BCE- y con unos presupuestos públicos constreñidos por el rigor alemán, la capacidad de países como Portugal, Grecia o España para remediar su suerte es nula.

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