Es la hora de más Europa

Los líderes europeos están a punto de sentarse a decidir sobre el futuro del euro y, no menos importante, de la Unión Europea: el edificio más romántico que los europeos hemos construido tras dos enfrentamientos bélicos que diezmaron la economía y población europeas. Con sus muchas luces y algunas sombras, la UE es una historia de éxito. Ningún espacio político mundial goza de un marco de respeto hacia los derechos humanos, bienestar social, igualdad y riqueza económica como el europeo.



Situación envidiable que peligra si no modificamos nuestra estructura política de veintisiete partes inconexas. El euro, a pesar de que es un símbolo de unidad e identidad incuestionables, no se encuentra respaldado por una única política económica, fiscal y laboral. Debilidad que nos reta a tomar medidas en favor de una verdadera unión política que permita enfrentarnos a los retos de un mundo con instituciones globalizadas.

Si de algo nos debe servir la actual coyuntura económica europea es que los Estados-nación no sirven para enfrentarnos a las nuevas potencias emergentes. De un 20% de la población mundial, en 1950, pasaremos a representar sólo el 7 por ciento en 2050.

Enfrente tenemos a China que superará a Estados Unidos en PIB en sólo cinco años, según un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI).  No es casual  que los chinos ya controlen el 97% de los “nuevos minerales” para tecnología que se encuentran en África. Es decir, o Europa aspira a competir con democracias o será sobrepasada por dictaduras “emergentes” que en los derechos humanos y la igualdad sólo ven un impedimento para su expansión.  

La idea de construir Europa no es fácil, nunca lo ha sido, porque en el seno de la UE están países históricamente imperialistas que ven en la cesión de soberanía una bofetada a su preponderancia económica y política. Caso que ejemplifica como nadie la estrechez de miras de Reino Unido que se debate entre la vida o la muerte.

Por un lado, saben que sus estructuras estatales son insuficientes para encarar los desafíos geopolíticos; por otro, no quiere formar parte del tren de cabeza del euro ni de la construcción europea. Su euroescepticismo lo está aislando del eje francoalemán y los conducirá a la insignificancia absoluta.

En el extremo opuesto a Reino Unido está Polonia. Quiere formar parte de los países relevantes en Europa y pide no ser expulsado de las negociaciones para salvar el euro.  Es de obligada lectura unos de los discursos  que, con toda seguridad, pasará a la historia como uno de los fundamentales de la Unión. “Temo más la inactividad alemana que el poder alemán”, afirmó Radek Sikorski, ministro polaco de Asuntos Exteriores, en el Berlín de Ángela Merkel.

También están los no quieren oír ni hablar de una política fiscal unitaria ni mucho menos de un proceso refrendario sobre Tratados. Irlanda, recientemente rescatada, teme que una unificación fiscal evada de su territorio inversiones jugosas que se acogen a su bajísimo impuesto de sociedades -12,5%-, frente al 24,2% de media en la UE.

De lo que no hay ninguna duda es que al euro ha de acompañarle un sostén económico serio que dé garantías a los mercados y seguridad a los europeos con unas instituciones democráticas que legitimen la Unión. Las recetas francoalemanas no son del todo plausibles  pero, en estos momentos, son las únicas que suman mayoría en el Consejo Europeo –compuesto por una amplia mayoría de miembros del centro-derecha europeo-.

El rigor alemán es mucho más favorable que la nada. Porque la nada es menos que cero. Significa el derrumbe del proyecto europeo y de sus economías. La muerte del euro y la oportunidad desaprovechada para anticiparnos a las economías que empujan a Europa hacia la invisibilidad. Un escenario sin vocabulario para explicar.

Si la Cumbre supone un avance real en la construcción europea, hemos de ser generosos al ceder parte de nuestros posicionamientos maximalistas en pro de la Unión. No nos queda mucho más tiempo y la política de declaraciones sin hechos que nos ha llevado hasta este agonizante momento vital no es la solución.  Es la hora de los hechos y de la altura miras si queremos seguir siendo un oasis de igualdad, bienestar social y derechos humanos. Es la hora de más Europa. 

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