PEPINAZO


Una ola de solidaridad ha convertido a los pepinos en objeto de protección.  Líderes políticos, medios de comunicación o ciudadanos europeos  que  consienten con su silencio el  cierre de fronteras a la libre circulación del amor o el hacinamiento en centros de internamiento a quienes escapan del miedo, de la desesperación y de la violencia, han dotado de derechos humanos a unos tiernos pepinos indefensos de la ira alemana. 

Quizás tampoco sepan estos solidarios de IKEA que a la vez que los pepinos asesinos son maltratados, en Europa se están realizando pruebas falométricas a los homosexuales que solicitan asilo político –como si el amor fuera cuestión de tamaño-.Igualmente, no tendrán constancia  que mientras que los pepinos no pueden cruzar Los Pirineos, miles de europeos nacidos en el otro lado del Mediterráneo no pueden reagrupar a su familia o que más de trescientos hombres y mujeres han muerto, en los últimos meses,  antes de que arribaran  sus almas en la orilla donde habita la hipocresía y la indecencia de un continente que ha olvidado demasiado rápido las veces que ha huido de sí mismo. 

A todo esto, los oligarcas de la industria agroalimentaria – que reciben la mitad del presupuesto comunitario a través de la PAC-, piden indemnizaciones que les ayude a recuperar los 30 millones de euros que han tenido de pérdidas. Los mismos que reciben ayudas por no producir; mientras se mueren de hambre más de 100 millones de almas en medio de una crisis alimentaria perfectamente evitable. 

Una tragedia humana que se solucionaría con permitir que se produjera de acuerdo a la demanda mundial, y no para evitar que caigan los precios agrícolas en Occidente. Un modelo político y social que consiente con su amoralidad e indecencia que un pepino tenga más valor que la dignidad de un ser humano.

Los mismos que critican las ayudas a la industria cinematográfica,  que vierten su rabia contra el PER,  o  defienden sin complejos la falta de normas en los intercambios comerciales, se convierten a la doctrina intervencionista soviética cuando de agricultura se trata. 

Conocemos las aventuras y desventuras de los pepinos andaluces pero ignoramos las condiciones denigrantes en las que viven los inmigrantes en Europa,  a los que les cerramos las fronteras y les negamos un trocito de tierra que les haga encontrar la paz  que buscan los hombres y mujeres libres. 

En estos días más de un inmigrante habrá pensando que en Europa es más esperanzador ser pepino que hombre o mujer. Confieso que no entiendo este mundo de locos que  expresa  su solidaridad facilona con unos pepinos asesinos. O frena la locura de este mundo insensible o me bajo ahora mismo. Me importa un pepino  la vida de los pepinos, pero me inquieta mucho el porvenir de los hombres que esperan de nosotros algo más que rechazo.

1 comentario:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.