Hubo un tiempo en el que los programas del corazón eran el escaparate de una alta sociedad que mostraba elegancia, ostentación, lujo y vanidades encerradas en alfombras rojas. Reinas, princesas, cantantes, presentadoras, esposas de señores adinerados, divorcios, funerales, bautizos, bodas, comuniones… fueron los temas que inundaban la prensa rosa, para el deleite del populacho, que veía en la vida de otros el sueño de ser lo que nunca serían.
La posmodernidad –corriente cultural, de los que no son cultos, que aplaude la superficialidad bajo una falsa democratización de los contenidos audiovisuales- cambió el concepto de prensa. Ya no importan la vida y milagros del mundo de la cultura y el espectáculo.
Lejos de eso, el objeto actual de la prensa rosa es entretener a la población, convertida en audiencia, con una realidad inculta, ordinaria, superficial, triste, inmunda e insensible de la vecina (o vecino) más ordinaria del bloque.
La deriva esquizofrénica de una sociedad que aplaude la injusticia y abuchea la cultura ha convertido en referencia social a personajes gritones, faltones y sin formación. Lejos de ser el ejemplo vivo de en qué no hay que convertirse, son idolatrados por una ciudadanía que busca hallar en la prensa rosa las mismas miserias y falta de horizontes de las que están inmersas sus vidas.
En los contenidos informativos no importa la calidad, ni contribuir a edificar un mundo más justo, erudito y sensible, ni formar ciudadanos libres y cultos. Sólo importa que la caja registradora eche humo. Los espectadores no son personas, son audiencia; la audiencia es publicidad; la publicidad reporta jugosos beneficios económicos; el beneficio monetario es el que marca si algo es viable o no lo es; el dinero mueve los mercados financieros –versión adulta del Monopoly, donde el fin justifica los medios-.
Los mercados financieros son los dueños de nuestras vidas y la ignorancia aplaudida el sharecon el que sueñan los dueños del mundo: los mercados financieros. A la gente ya no le avergüenza decir que son lectores o televidentes de la degradación del ser humano. Lo vergonzante, por el contrario, es no saber quién es Belén Estebán, Kiko Hernández o la innumerable lista de “grandes hermanos”.
Hoy el populacho ya no ve en la vida de los otros la quimera de ser lo que nunca será. Ven la misma putrefacción que en la que están inmersas sus vidas, pero en la vida de otros. Reafirmación de la putrefacción por asimilación. Ya se sabe: mal de muchos, consuelo de tontos.
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